A veces parece que el erotismo es más una manera de exaltar el pasado que de honrar una vitalidad, que solo vive en el presente. Parece un cliché: “vivir en el presente”, sin embargo, se puede ver este tratamiento de lo erótico en muchos poemas que escribimos los poetas jóvenes: es una búsqueda del placer del erotismo a través de una anécdota oscura y que se fuga en la lejanía del pasado. Es una melancolía del deseo, que en lugar de traer un recuerdo para acercarlo y hacerlo visible a los ojos, lo mata con su tristeza. Francisco, en cambio, hace lo contrario. Usa el erotismo como una manera de ir hacia adelante para combatir el círculo vicioso de la neurosis, y también para derribar el recuerdo de algo terrible y opresivo:
“Habíamos visto la película del joven
que no envejece. Las cicatrices del mal acumulándose
en un cuadro lejos de allí
¿Qué esperábamos? ¿Que acabara la noche
o que se rompiera el hechizo?
No importa: ese verano todavía
la felicidad era posible. Bastaba con unir
la huella de tus lunares: de las piernas
al pubis, de allí hacia tus pechos, después subir
hacia el cuello…”
Es un erotismo cargado de fe, y también una estrategia para cuando se caen los decorados de la realidad y queda al descubierto la crudeza con la que asoma al miedo en la juventud: una huella de un lunar basta para dejar de pensar en la muerte.
La velocidad de las cosas reúne una serie de poemas que trata de revertir la dosis de ansiedad y desesperación que, de alguna manera u otra, nos toma rehenes. Por eso creo que hay fe en estos poemas. En primer lugar, porque el núcleo de la emoción está puesta en algo decepcionante, o que impacta como un golpe: un abandono amoroso, el recuerdo de una tarde perfecta disipándose, la alucinación del Diego en el barrio rematada con una dosis de angustia, o la reconstrucción de un encuentro con una prostituta casi al comienzo de la adolescencia. Es en los poemas donde , justamente, fe y decepción se unen; si un poema empieza en una falla, su lugar para terminar es una certeza, que es movible y dinámica, pero es la verdad a la que poesía a veces apunta. Algo más allá del dolor: “Aceleramos despacio/ y algo se rompe./ ¿Adentro o afuera /de nosotros? No lo sabemos/ Estamos juntos, en llamas. Y aceleramos”. Es curioso: Francisco evita el choque de la velocidad con un movimiento de salida hacia adelante. ¿Es un salto, una zambullida en un erotismo que lo lanza hacia el futuro, o un escape lírico? Creo que un poco de ambas, pero ninguna. Es, en todo caso, una tregua que se logra con un poco de veneno, y otro poco de belleza. Me corrijo: un poco de veneno, y más de belleza.
Selección de poemas
Te cuidé. Te quise. Cuando te fuiste
hice un escándalo. Probé el yoga
la posición de loto
florecer y dar frutos con el barro
hasta el cuello. Respiré
inhalé en cuatro, retuve en dos
exhalé en ocho. Doblé mi cuerpo
como un junco. Corté y limpié
-como si fuese un jardín-
mi aura con cristales. Una mujer
-¿otra?-
puso sus manos sobre mis ojos
mi pecho mi sexo y no pude
curarme. Caminé
caminé en círculos. Puse dentro de mí
la droga que más me gusta. Me perdí.
Soñé – aún sueño- que alguien
me traiciona. Que de mis manos
crecen cuchillas. Que dibujo en mi cuerpo
-con una gillete- el mapa
para encontrarte.
Aún despierto pensando
en esta armazón que porto
Quisiera poder preguntarte
¿Qué es un cuerpo, amor?
¿Una daga que se afila
con el tiempo?
Todavía recuerdo ese verano. Mi cabeza
en tus piernas y de fondo el ulular
de las palomas. Tenías la espalda recta
y las manos en las rodillas
Habíamos visto la película del joven
que no envejece. Las cicatrices del mal acumulándose
en un cuadro lejos de allí
¿Qué esperábamos? ¿Que acabara la noche
o que se rompiera el hechizo?
No importa: ese verano todavía
la felicidad era posible. Bastaba con unir
la huella de tus lunares: de las piernas
al pubis, de allí hacia tus pechos, después subir
hacia el cuello. Armé así mi constelación
Y tu voz. Todavía puedo escucharla
decir mi nombre. Conservo el sonido
desde entonces. Tu voz como un esqueleto
que me sostiene por dentro
Y de nuevo recuerdo tus dedos en mi boca
y yo diciendo quedate aquí
no te vayas
Mientras pongo las manos como un cuenco
Y toda vos derramándote entre mis dedos
una y otra vez.
Una mañana voy a despertar y el Diego
va a estar haciendo jueguitos
en la plaza de la Ciudad del Niño. El Diego
de Nápoles, del gol a los ingleses, de la copa
del mundo: las piernas musculosas y llenas
de barro, el short cortito, la camiseta
de color azul pegada al cuerpo
Va a ser temprano, bien temprano en la mañana
y solo estaremos Él y yo y los perros
que la custodian – el pirata, el negro, el otro
del hocico y las patitas manchadas-. No habrá
dolor, ni pastillas, ni voces entrecortadas.
Una lluvia finita dejará gotas como lágrimas
en nuestros cuerpos y el Diego
con el pelo mojado y los rulos
chorreando por su frente
estará dominando la pelota
entre la hamaca y el tobogán que dan al fondo
del jardincito.
No vamos a hablar, hablar esa mañana
no será necesario. Tan solo mirarnos
a los ojos.
¿Cómo entrará una vida
en los ojos del otro?
¿Como la poesía en
el sueño?
¿Como un buzo que se persigna y salta
hacia los ojos
de Dios?
¿Qué pensarás de mi vida, Diego?
Lástima no, espero. Lástima
nunca.
Vuelvo a una primavera del 2000 (Inédito)
Nos veo parados en el patio
de nuestra escuela
La chaqueta gris, los bordes
azules, más allá la pared
color pastel que se descascara
Tenemos 14 o 15 años y posamos
como un equipo de futbol: El brazo izquierdo
sobre el hombro del que tenemos al lado, con el derecho
nos agarramos el bulto y sonreímos
Somos chicos, estamos contentos
nos creemos invencibles
La noche anterior bebimos -por turnos-
de los pechos de Carla, la prostituta
de la ruta 9. Nos dio la mano por un pasillo
oscuro. Tiró y lamió de nosotros
como si estuviésemos hechos
de caramelo. Como una perra lame
a sus cachorros indefensos. ¿Quería
llegar así a nuestro núcleo y sanar con su lengua
nuestro dolor? ¿Sabía desde entonces
que nos esperaban cosas terribles?
Veo todavía el sol de esa primavera
avanzando como un puñado de fuego
Avanza cada vez más rápido hasta hacerse
de noche. La misma noche en que subimos al auto
y aceleramos. Aceleramos despacio
y algo se rompe. ¿Adentro o afuera
de nosotros? No lo sabemos
Estamos juntos, en llamas. Y aceleramos
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Francisco Zamora: nació en Santiago del Estero en 1991. Es profesor en Lengua y Literatura. Cursa el posgrado en Escritura Creativa en la UNTREF. Trabajó como editor en las editoriales Larvas Marcianas y Chernobyl Ediciones. Su primera plaqueta de poesía La velocidad de las cosas fue publicada por la editorial El Dedo de Pumpido.
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