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Timoteo Rinaldi

Francisco Zamora: la velocidad de las cosas



A veces parece que el erotismo es más una manera de exaltar el pasado que de honrar una vitalidad, que solo vive en el presente. Parece un cliché: “vivir en el presente”, sin embargo, se puede ver este tratamiento de lo erótico en muchos poemas que escribimos los poetas jóvenes: es una búsqueda del placer del erotismo a través de una anécdota oscura y que se fuga en la lejanía del pasado. Es una melancolía del deseo, que en lugar de traer un recuerdo para acercarlo y hacerlo visible a los ojos, lo mata con su tristeza. Francisco, en cambio, hace lo contrario. Usa el erotismo como una manera de ir hacia adelante para combatir el círculo vicioso de la neurosis, y también para derribar el recuerdo de algo terrible y opresivo:


“Habíamos visto la película del joven

que no envejece. Las cicatrices del mal acumulándose

en un cuadro lejos de allí

¿Qué esperábamos? ¿Que acabara la noche

o que se rompiera el hechizo?

No importa: ese verano todavía

la felicidad era posible. Bastaba con unir

la huella de tus lunares: de las piernas

al pubis, de allí hacia tus pechos, después subir

hacia el cuello…”


Es un erotismo cargado de fe, y también una estrategia para cuando se caen los decorados de la realidad y queda al descubierto la crudeza con la que asoma al miedo en la juventud: una huella de un lunar basta para dejar de pensar en la muerte.


La velocidad de las cosas reúne una serie de poemas que trata de revertir la dosis de ansiedad y desesperación que, de alguna manera u otra, nos toma rehenes. Por eso creo que hay fe en estos poemas. En primer lugar, porque el núcleo de la emoción está puesta en algo decepcionante, o que impacta como un golpe: un abandono amoroso, el recuerdo de una tarde perfecta disipándose, la alucinación del Diego en el barrio rematada con una dosis de angustia, o la reconstrucción de un encuentro con una prostituta casi al comienzo de la adolescencia. Es en los poemas donde , justamente, fe y decepción se unen; si un poema empieza en una falla, su lugar para terminar es una certeza, que es movible y dinámica, pero es la verdad a la que poesía a veces apunta. Algo más allá del dolor: “Aceleramos despacio/ y algo se rompe./ ¿Adentro o afuera /de nosotros? No lo sabemos/ Estamos juntos, en llamas. Y aceleramos”. Es curioso: Francisco evita el choque de la velocidad con un movimiento de salida hacia adelante. ¿Es un salto, una zambullida en un erotismo que lo lanza hacia el futuro, o un escape lírico? Creo que un poco de ambas, pero ninguna. Es, en todo caso, una tregua que se logra con un poco de veneno, y otro poco de belleza. Me corrijo: un poco de veneno, y más de belleza.


Selección de poemas


Te cuidé. Te quise. Cuando te fuiste

hice un escándalo. Probé el yoga

la posición de loto

florecer y dar frutos con el barro

hasta el cuello. Respiré

inhalé en cuatro, retuve en dos

exhalé en ocho. Doblé mi cuerpo

como un junco. Corté y limpié

-como si fuese un jardín-

mi aura con cristales. Una mujer

-¿otra?-

puso sus manos sobre mis ojos

mi pecho mi sexo y no pude

curarme. Caminé

caminé en círculos. Puse dentro de mí

la droga que más me gusta. Me perdí.

Soñé – aún sueño- que alguien

me traiciona. Que de mis manos

crecen cuchillas. Que dibujo en mi cuerpo

-con una gillete- el mapa

para encontrarte.

Aún despierto pensando

en esta armazón que porto

Quisiera poder preguntarte

¿Qué es un cuerpo, amor?

¿Una daga que se afila

con el tiempo?

Todavía recuerdo ese verano. Mi cabeza

en tus piernas y de fondo el ulular

de las palomas. Tenías la espalda recta

y las manos en las rodillas

Habíamos visto la película del joven

que no envejece. Las cicatrices del mal acumulándose

en un cuadro lejos de allí

¿Qué esperábamos? ¿Que acabara la noche

o que se rompiera el hechizo?

No importa: ese verano todavía

la felicidad era posible. Bastaba con unir

la huella de tus lunares: de las piernas

al pubis, de allí hacia tus pechos, después subir

hacia el cuello. Armé así mi constelación

Y tu voz. Todavía puedo escucharla

decir mi nombre. Conservo el sonido

desde entonces. Tu voz como un esqueleto

que me sostiene por dentro

Y de nuevo recuerdo tus dedos en mi boca

y yo diciendo quedate aquí

no te vayas

Mientras pongo las manos como un cuenco

Y toda vos derramándote entre mis dedos

una y otra vez.



Una mañana voy a despertar y el Diego

va a estar haciendo jueguitos

en la plaza de la Ciudad del Niño. El Diego

de Nápoles, del gol a los ingleses, de la copa

del mundo: las piernas musculosas y llenas

de barro, el short cortito, la camiseta

de color azul pegada al cuerpo

Va a ser temprano, bien temprano en la mañana

y solo estaremos Él y yo y los perros

que la custodian – el pirata, el negro, el otro

del hocico y las patitas manchadas-. No habrá

dolor, ni pastillas, ni voces entrecortadas.

Una lluvia finita dejará gotas como lágrimas

en nuestros cuerpos y el Diego

con el pelo mojado y los rulos

chorreando por su frente

estará dominando la pelota

entre la hamaca y el tobogán que dan al fondo

del jardincito.

No vamos a hablar, hablar esa mañana

no será necesario. Tan solo mirarnos

a los ojos.


¿Cómo entrará una vida

en los ojos del otro?

¿Como la poesía en

el sueño?

¿Como un buzo que se persigna y salta

hacia los ojos

de Dios?

¿Qué pensarás de mi vida, Diego?

Lástima no, espero. Lástima

nunca.



Vuelvo a una primavera del 2000 (Inédito)


Nos veo parados en el patio

de nuestra escuela

La chaqueta gris, los bordes

azules, más allá la pared

color pastel que se descascara

Tenemos 14 o 15 años y posamos

como un equipo de futbol: El brazo izquierdo

sobre el hombro del que tenemos al lado, con el derecho

nos agarramos el bulto y sonreímos

Somos chicos, estamos contentos

nos creemos invencibles

La noche anterior bebimos -por turnos-

de los pechos de Carla, la prostituta

de la ruta 9. Nos dio la mano por un pasillo

oscuro. Tiró y lamió de nosotros

como si estuviésemos hechos

de caramelo. Como una perra lame

a sus cachorros indefensos. ¿Quería

llegar así a nuestro núcleo y sanar con su lengua

nuestro dolor? ¿Sabía desde entonces

que nos esperaban cosas terribles?

Veo todavía el sol de esa primavera

avanzando como un puñado de fuego

Avanza cada vez más rápido hasta hacerse

de noche. La misma noche en que subimos al auto

y aceleramos. Aceleramos despacio

y algo se rompe. ¿Adentro o afuera

de nosotros? No lo sabemos

Estamos juntos, en llamas. Y aceleramos


___


Francisco Zamora: nació en Santiago del Estero en 1991. Es profesor en Lengua y Literatura. Cursa el posgrado en Escritura Creativa en la UNTREF. Trabajó como editor en las editoriales Larvas Marcianas y Chernobyl Ediciones. Su primera plaqueta de poesía La velocidad de las cosas fue publicada por la editorial El Dedo de Pumpido.

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