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  • Timoteo Rinaldi

James Tate- Qué felices que éramos



Los poemas de Tate no están al servicio de aclarar el mundo. No son pequeños altares de la Verdad -así con mayúscula- para contemplar con la mirada pasmada. El efecto de su escritura provoca un desconcierto muy potente, de borramiento entre los límites de una realidad conocida y otra desconocida, pero no por eso menos importante. Pienso, por ejemplo, en “La mujer de Waylon”: un hombre se da cuenta de que nunca va a poder enamorar a su amiga, ¿y por qué? Porque ella está casada con un pollo. Él sabe que por más que lo intente, es solo un pobre hombre, y que no puede contra lo que un amor de un pollo puede darle a su amiga Loretta, así que no le queda más que aceptar eso como se acepta cualquier otra cosa: “Quiero levantarme a tal pero su marido es un pollo que se llama Waylon. Qué lástima”.


Si a veces los poemas de Tate resultan algo ilegibles es porque buscan decir algo sobre la ilegibilidad del mundo, y para eso se señalan a sí mismos para reforzar esa idea: si vivimos en un lugar imposible de comprender tenemos que aplicar la misma lógica para salir ilesos de ahí. Para machacar una vez más con la idea anterior: una frontera se borra; se borra la línea gruesa que divide una realidad llana, chata, lógica y otra realidad repleta de alienígenas, alucinaciones y matrimonios entre mujeres y pollos. “Como si la comunicación estuviera siempre un poco rota”, dice Luis Eduardo García en el prólogo a Qué felices que éramos. De hecho, sí, está un poco rota, por eso me llama la atención la manera en que los poemas se sostienen en una estructura narrativa en lugar de hacerlo, por ejemplo, con versos cortos que carguen más la densidad del sentido del poema, o con sangrías agresivas a la respiración de la lectura, etcétera. La estructura, en forma de cuentito oral, aligera la lectura y hace que la experiencia, por más insólita que sea, pueda ser comprendida. Quiero decir que si el poema tiene un contenido grotesco u extraño -por decirlo de alguna manera- que lo hace ajeno a nuestro modo de comprender el mundo, su forma estructurada como relato hace que esa rareza ingrese en nosotros con total normalidad.


Siempre me hice la misma pregunta cada vez que terminaba de leer estos poemas: ¿de qué está hablando esto? A veces parece que ese tipo de preguntas se hacen con enojo, resignación, o impotencia, pero en este caso fue distinto. No sabría explicarlo muy claramente, no creo que pueda. Por decir algo, diría que era una pregunta nacida de la alegría, justamente de no entender.



Selección de poemas (traducción de Ezequiel Zaidenwerg)


La mujer de Waylon


Loretta tenía un gallo que era tan arisco que ya nadie la podía ir a visitar. Loretta amaba a ese gallo, y el gallo amaba a Loretta y pensaba que era su mujer. Así que solamente veíamos a Loretta cuando bajaba al pueblo. Nos encontrábamos en Mike’s Westview Café y tomábamos cerveza con ella toda la noche. El gallo se llamaba Waylon, y ella se la pasaba hablando de Waylon toda la noche, y si uno no sabía habría creído que hablaba de su esposo. Yo sabía, y aun así creía que hablaba de su esposo. “Waylon no se sentía del todo bien esta mañana.” “Waylon estuvo tan dulce conmigo anoche.” “Waylon es tan hermoso, a veces no lo puedo dejar de mirar”. Sigue siendo divertido salir con ella, y a mí me parece totalmente normal. Cuando cierran el bar, nos despedimos y yo le doy un beso a Loretta, apenas un piquito, porque sé que está casada con un pollo, y eso me parece digno de respeto. Waylon la hace feliz de maneras de las que yo nunca sería capaz. El cielo estrellado, la policía escondida en los arbustos, por Dios qué lindo es estar vivo, pienso, y hago pis detrás de mi auto en la oscuridad de mi propia oscuridad privada.


Abducida


Mavis decía que la habían abducido extraterrestres. Tal vez fuera cierto, no lo sé. Dijo que habían tenido sexo con ella, pero era diferente. Le habían puesto un dedo en el medio de la frente mientras emitían una especie de zumbido. Dijo que era más placentero que el sexo convencional. Le pregunté si podía probar y me dijo que no. Poco después, Mavis desapareció para siempre. No se despidió de nadie y nadie sabía adónde había ido. Empecé a soñar con ella. Con frecuencia eran sueños perturbadores, pero cuando aparecían extraterrestres eran muy reconfortantes. Creo que secretamente deseaba que me abdujeran. Por supuesto, jamás se lo confesé a nadie. No digo que le creyera a Mavis, pero creo que experimentó lo que dijo. La gente ve cosas que no están todo el tiempo. Alguna de esa gente está loca y otra no. Mavis no estaba loca. No éramos amantes, pero sí buenos amigos, y la extrañaba. Pero la vida seguía. Una o dos veces por semana me tomaba un par de cervezas con Jared. Iba a comer o al cine con Trisha de vez en cuando. Una vez toqué a la puerta del departamento donde vivía Mavis y contestó una mujer que no hablaba inglés. Había salido un artículo en el diario sobre una mujer que habían encontrado en el fondo de un lago. La policía no había podido identificarla. Fui a la morgue enseguida. “Me gustaría ver el cadáver de la mujer que se ahogó en el lago”, dije. “Disculpe, no va a ser posible”, me respondió el empleado. “Pero tal vez sea una amiga mía”, dije yo. “La policía me dio órdenes estrictas. Nadie la puede ver”, me dijo. “Pero quizá podría identificarla”, le dije. “Créame que nadie podría identificar lo que tenemos aquí”, me dijo. Me fui y volví a casa. Jared vino esa noche. Le dije que me preocupaba que la mujer en la morgue pudiera ser Mavis. Me dijo, “¿Quién es Mavis?”. Le dije, “Tú sabes perfectamente quién es Mavis. Saliste varias veces con ella. Creo que hasta te estabas enamorando de ella, pero te dejó”. “No conozco a ninguna Mavis, y estoy seguro de que nunca salí con ella. No tengo tan mala memoria”, me dijo. “Te vi una noche con ella en Donatello’s”, le dije. “Nunca fui a Donatello’s”, me dijo. “Jared, ¿qué estás haciendo?”, le dije. “Te digo la verdad. Nunca conocí a ninguna mujer que se llamara Mavis”, me dijo. Cuando se fue Jared, me puse a pensar en eso. Ya ni siquiera me acordaba de la cara de Mavis. Era muy triste. La estaban borrando. Quería ponerle el dedo en la frente, pero ya no estaba


Enseñarle al mono a escribir poemas


No les costó mucho

enseñarle al mono a escribir poemas:

primero lo amarraron a la silla,

después le ataron el lápiz en la mano

(ya habían clavado la hoja a la mesa).

Después el Dr. Bluespire se inclinó desde atrás

y le dijo al oído:

“Parecés un dios ahí sentado.

¿Por qué no tratás de escribir algo?”.


El ascenso


En mi vida anterior yo era un perro, un muy buen

perro, y por eso me ascendieron a humano.

Me gustaba ser perro. Trabajaba para un granjero pobre

cuidando y arreando a sus ovejas. Los lobos y los coyotes

trataban de burlar mi vigilancia todas las noches, pero jamás

perdí una oveja. El granjero me premiaba con buena comida

, comida de su propia mesa. Puede que fuera pobre

, pero comía bien. Y sus hijos jugaban conmigo,

cuando no estaban en la escuela o trabajando

en el campo. Tenía todo el amor que un perro

podía querer. Cuando me puse viejo, trajeron

otro perro y le enseñé los gajes del oficio.

Aprendió rápido, y el granjero me llevó a vivir

con ellos a la casa. A la mañana le traía

las pantuflas al granjero, porque él también estaba

envejeciendo. Yo me estaba muriendo lentamente,

poco a poco. El granjero lo sabía y me traía

al otro perro de vez en cuando a visitarme. El otro

perro me divertía con piruetas y caricias

con el hocico. Una mañana no me

levanté. Me enterraron al lado del arroyo

a la sombra de un árbol. Ése fue el fin de mi vida

de perro. Por momentos la extraño y me siento a llorar

al lado de la ventana. Vivo en una torre de departamentos

que mira a otras torres de departamentos. En el trabajo

estoy en un cubículo y casi no hablo con nadie

en todo el día. Ésa es mi recompensa por haber

sido un buen perro. Los lobos humanos ni siquiera me registran.

No me tienen miedo.


___


James Tate (Kansas City, 1943 – Amherst, 2015). Fue un poeta estadounidense ganador del Premio Pulitzer y del National Book Award. Autor de una veintena de libros, entre los que cabe señalar Worshipful Company of Fletchers: Poems (1994) y Selected Poems (1991).




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