top of page
Timoteo Rinaldi

Sebastián Sosa Ojeda: Arquitectura de los afectos



Un intento de unión


Mientras leo los poemas que me mandó Sebastián no puedo dejar de ver escenas de fragmentación, o de ruptura, escenas de separación. Escribo los ejemplos que subrayé, uno de cada poema: “nos disponía uno junto al otro/ en un intento de unión”; “quién se quedó con la porción de fe/ que me sería dada”; “si te animaras nene/ a trenzar tu pelo con el mío”; “eso no es maleza”. De tener todo el libro, creo que seguiría armando mi pequeño índice de desencuentros, solo para conmoverme por la contradicción (¿o paradoja?) que se produce entre el título del libro y los poemas: arquitectura de los afectos. La pregunta que tengo es: ¿qué tipo de arquitectura contempla las roturas, las separaciones, eso que no funciona y que suele ser dejado de lado? Supongo que una arquitectura de las pasiones, algo así como una ciencia imperfecta. O, por el contrario, una ciencia tan perfecta que es incluso capaz de incluir el derrumbe, lo impreciso, el lugar errado.


Arquitectura de los afectos: Spinoza podría haber llamado así a uno de sus tratados. Sin ir más lejos, ni bien terminé de leer esta selección de poemas, pensé en este fragmento: “La experiencia me enseñó que cuanto ocurre frecuentemente en la vida ordinaria es vano y fútil; veía que todo lo que para mí era causa u objeto de temor no contenía en sí nada bueno ni malo, fuera del efecto que excitaba en mi alma: resolví finalmente investigar si no habría algo que fuera un bien verdadero, posible de alcanzar y el único capaz de afectar el alma una vez rechazadas todas las demás cosas; un bien cuyo descubrimiento y posesión tuvieran por resultado una eternidad de goce continuo y soberano”. Ese es el párrafo con el que Spinoza abre su Tratado de la reforma del entendimiento. Puede ser una asociación un poco extraña, porque no sé cuánto en común puede haber entre un filósofo del siglo XVII que vivió mesuradamente arreglando relojes y un joven poeta como Sebastián, que desborda una vitalidad y una alegría potentísima. Tal vez lo que tienen en común es esa meta de buscar ese goce continuo y soberano, cosa que parecería bastante difícil, o incluso inalcanzable. Pero es raro, porque parece que Sebastián lo encuentra, y no me sorprende. Sé que los poetas son así: con algo que parece poco, apenas unas palabras, develan una clave que antes era secreta, y así resuelven lo que tal vez llevó años de investigación, o dicen lo que nadie dijo hasta ese momento. Sebastián es un poeta que sabe detenerse para decir qué es maleza y qué es flor, y también sabe por qué a veces el mundo se empeña tanto en destruir las flores para glorificar esa otra cosa que de belleza no tiene nada. Ver las flores, quedarse con eso, no es mirar para el otro lado. Todo lo contrario: es animarse a otra cosa.




Selección de poemas



mientras el domingo

alcanzaba el desayuno

madre dejaba al remojo

mi ropita

y tu camisa

tu pantalón de grafa Ombú


con brazos de gigante

fregaba

contra sus muslos contra la piedra

y agua mojaba a ella

la perra

las baldosas que hervían de sol


después colgaba en la soga

lo tuyo lo mío

nos disponía uno junto al otro

en un intento de unión

y yo miraba sobre el pasto

las sombras descuartizadas


jugaba a probar talles

en los que no cabíamos

bajo el goteo

ponía tus borcegos punta de acero

para vestir a un hombre

que no quería ser



antes de la hora del gallo

dije la renuncia

furia peste de los días


asenté la virgencita

alumbrada por siete velas

siete rezos encima

de la mesa la pena

hecha quiste


le hablé con esperanza del recién ungido

su voz de huérfano

quién se quedó con la porción de fe

que me sería dada


no fue demasiado

romper las clavículas

para que se acomode el hombro

al madero

no me abracé a nadie

porque nadie vino hasta mí

y yo no pude buscarlos

mientras el derrumbe

el piojo el hambre

hacían estragos en mi cuerpo


hablá madrecita de los cardos

es terrible el peso de un grito

el horror el corazón entre las manos

como un gorrión lastimado

por la pedrea



conozco cómo sacar

el aguijón

que traemos clavado en la nuca


pero un bicho arisco y sin azote

como vos

diría que no


si te animaras nene

a trenzar tu pelo con el mío

a buscar un rincón donde colgar las pieles

de un varón

con miedo de amar a otro

si te animaras

a probar una saliva diferente

yo te convido la mía



eso no es maleza

es cardo

está en flor

es vos es yo

somos

lo que todos quieren

arrancar de cuajo


___



Sebastián Sosa Ojeda nació en la ciudad de San Luis, en abril de 1994. Vivió allí hasta su adolescencia, luego se trasladó a Río Cuarto, Córdoba, donde reside actualmente. Es docente de Lengua y Literatura en diferentes instituciones públicas, dicta talleres y milita en el Colectivo Cultural Glauce Baldovin.

Algunos de sus poemas han sido publicados en plaquetas y antologías. En el 2022 recibió la mención del Premio Nacional de Poesía Storni (CCK) por Arquitectura de los afectos, editado en septiembre por Patronus.




Entradas recientes

Ver todo

Commentaires


bottom of page