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De Avenida y jardín (inédito)
Exploración
para Agus
Qué lindo es dijiste explorar la voz de uno. Yo
te imaginé por tu garganta como quien recorre,
por primera vez y a los saltitos, la casa de sus abuelos
y sin querer sacude de luz y aire las piezas polvorientas.
Es un flash. Hiciste una pausa y, para que la luz no escape
por otra parte, volviste a cantar con los ojos cerrados.
Sin mis manos
Encontré un nido de chochï en una maceta. Pasaron
los días y los tordos cambiaron los huevos.
Tuve ganas de tirarlos a la mierda, no dejar que la vida
siga su curso y cuando los agarré, me dieron lástima.
Ya fue tarde: el chochï olió mi mano por el nido, se fue
y no volvió. Dejé pudrirse los huevitos azulados
para entender que el mundo, a veces, está mejor
sin mis manos.
Agua
Nadie antes dijo "río" así,
de tu mano, pequeña.
Nadie
antes
miró esta orilla desde el agua
con tus ojos.
Lo que se nombra
se detiene en la memoria para ser
materia de olvido.
Digo "río" de tu mano
y tampoco yo podré repetir este momento:
el golpeteo del motor de dos tiempos,
la casa inundada,
el río en las habitaciones.
"Río"
de tu mano, mi pequeña.
Un espejo es el río que tocamos.
Un espejo lo que escribo.
Un espejo de todo nuestro amor.
Un espejo de todo el terror y el misterio.
Hay una estela entre lo bello y la muerte
que tiene tu nombre, pequeña.
Una carta para Eugenia
en los lindes de tu casa el tiempo
sueña con manzanas frescas.
El Tiempo es un caballo gris
que tiene las pezuñas largas y está
chúcaro del mundo.
Acá, en la esquina de los accidentes
la vida sigue y eso, como sabemos, tiene sus riesgos:
casi se vuela dos dedos mi primo, el guitarrista,
y ya no toca como antes.
¿y allá? ¿se ha helado ya
la menta del arroyo? ¿has tentado al temporal
con los vidrios de tu casa? El Chamullo ¿sigue
con sus clases de francés caniche?
hace poco me contaron de una escritura ancestral,
un alfabeto nómade. Huesos, piedras, madera sagrada,
dientes de jaguar sobre una hoja de tierra.
sortilegios derramados en los senderos del monte
canciones que los psicópatas no pueden cruzar.
Yo, lo de siempre: ando queriendo cantar
y no me sale. Entonces deshueso la tierra,
vuelvo a mi piel montaraz, endurezco mis uñas
como un jaguar
sobre un árbol con destino de guitarra.
Escarbo más allá de mí
y me derramo.
voy juntando cosas hasta la próxima
para llevarte una canción en un morral
para que hablemos de la luz y de la sombra
para mirar el Tiempo corretear
de lejos y sonreír.
Te dejo. Espero saber de vos, Eugenia. La vida sigue
y eso, sabemos ya, tiene sus peligros.
De cormorán, Eileen Moore. Traducción: Federico Torres (inédito)
canción de las mujeres costeras
un cormorán
anuncia la llegada
de los barcos pesqueros
o la muerte
desde la costa podemos ver
el mar se lame con la tormenta
cormorán
cormorán
cormorán
tres veces
por mi ventana
cruzaste hacia el puerto
¿qué viste?
¿un barco pesquero
o el cuerpo
de un ahogado?
mi esposo
está allá afuera
si es su cuerpo
cormorán
dejame
sus ojos
y sus manos
sus ojos y sus manos
el mar se lame con la tormenta
la vida de un hombre
se ha perdido en el agua
yo sólo pido sus ojos
y sus manos
si acaso es mucho
pedir su pecho vivo
cormorán
cruzaste
tres veces hacia el mar
por la ventana
que da al puerto
los barcos se acercan
con un hombre
menos
y a este frío
solo lo quitarán sus manos.
balada del pescador de arenques
soñé con soles y aventuras
con el áfrica lejana
con ensartar el mundo en la punta de mi arpón
tengo este barco
estas redes
y estos hombres a mi cargo
a veces
reniego de mi signo
pero:
¿en quién confiar si no en las estrellas?
la tormenta es una diosa
que muerde las costillas del agua
vi sus ojos
y eran negros como cuervos
no desdeño la tierra
de allí vienen el alcohol
y el trigo
y las bocas y los besos
pero cuando el arenque vuelve a llamar
el pecho vuela a proa
con el filo de antaño
el mismo viento salado
en las mejillas del hombre
un viejo capitán dijo sonriendo:
nunca le quites un ojo a las olas
el mar no hace amigos
es tarde
los hombres tienen apetito
ya sólo queda
recoger las redes para ver
qué hay en lo profundo
medea
de niña
escribí un poema que nunca mostré
lo enterré en la caja de los dolores
en las raíces
del viejo aliso rojo
recuerdo:
una mujer con todas las tormentas
naciéndole del pecho
el mar temblaba al mirarla
de niña escribí un poema
una caja de metal
para esconder el dolor en las raíces de un árbol
la mujer de los relámpagos
tiene los labios como la estela de los tiburones
la mujer de los relámpagos solo atiende a su apetito
debajo de un aliso rojo
enterré un pedazo de mi nombre
que no conoce límites
ronda de las lobas
jugué a ser loba en el bosque
alimenté
cachorros de palo en el vientre de un nogal
hice nido en lo salvaje
mis dientes fueron herramientas del destino
con mis uñas supe
cómo defender mis crías y mi carne
las ardillas aprendieron
a temerme
afilé el oído:
supe distinguir el tacto de cada animal
sobre la piel del bosque
la muerte es un cuento para niños
las lobas saben que la nieve sólo se derrite con sangre
no tuve miedo
nadie aguantó
el chasquido de mi lengua
en el vientre de ese nogal
comí
de mi propia hambre y me hice loba
a fuerza de frío y rigor
debajo de esta piel
no hay un cordero
una mujer en una pintura japonesa
lavo mi cuerpo
con flores de cerezo
¿has visto el viento degradar los acantilados?
la piedra dura
cede al aire marítimo
tengo la piel suave y firme
quién sabe
hasta cuándo:
el tiempo es como el agua salada
por eso lavo mi cuerpo
con las flores que han caído en el patio
porque la belleza es también
letal
guardaré este tesoro
todo el tiempo que pueda:
los botones pálidos y delicados
danzan
en el agua al tiempo que se marchitan
degradación
el tiempo se alimenta de lo que toca
ni dios escapa
a su propia trampa
mirá:
hay un nido de termitas
en su sagrado corazón
las mujeres y los pájaros
Rosemary saltó desde el acantilado
la mañana del viernes santo
su esposo aún busca su cuerpo
en el cuerpo del aceáno
triste y monótono
mira con envidia el agua
¿qué supo el mar que no yo?
¿acaso
tan poco valen
un hombre y dos hijos?
arroja las redes entre las piedras
y las olas las escupen
¿acaso tan poco
vale mi nombre?
recoge las redes y el mar
guarda su secreto
la mañana del viernes santo la vimos caer
todos la vimos caer
pero nadie encontró su cuerpo
ella bordaba alas en los manteles
y pájaros
en las sábanas
me sonrió una tarde
y yo canté en el bar frente a su casa
toda la noche
Rosemary saltó la mañana
del viernes santo
y nadie encontró su cuerpo
ojalá
ya nadie lo encuentre.
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Federico Torres Nació en Berisso, Pcia de Bs as. Vive alternativamente entre Alberdi (Py) y Formosa, Argentina. Se ha desempeñado como editor en Ñasaindy Cartonera, Canto Rodado y, actualmente, Madreagua (junto a Marina Coronel). Compiló Así nomá'é, antología de literatura joven formoseña (2015). Editó Cavernario(cuentos, Ñasaindy 2014) y Cacerías (poemas, Goles Rosas 2019).
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