Timoteo Rinaldi- Oído afinado: texto publicado en la revista Lenguas Vivas
- Timoteo Rinaldi

- 16 jun 2022
- 6 Min. de lectura

Parecería que la atención a las palabras y al sonido de las palabras es una vocación del poeta. Estar atento al habla podría ser –como para ensayar una definición– tener en cuenta el ejercicio de la lengua que se despliega del sistema al uso en la actividad individual. Sin embargo, basta con simplemente apartarse de la norma para que los desvíos se destaquen por sobre el repertorio común y llamen rápidamente la atención sobre el discurso. Es decir, alejarse de la norma ofrece al individuo una posibilidad de configurar su propia subjetividad en el sistema de la lengua, que es, de por sí, un conjunto de signos vacíos. Traduzco: en el discurso del enamorado o en el discurso familiar, por ejemplo, es casi imposible no usar apodos, racimos de signos personales, que no se pueden encontrar –alegremente– en el diccionario de la RAE. Esto me permite decirle a mi amigo o a mi primo que el asado le salió buenardo, que el fernet está frescolari, y me permite decirle a mi amada que bajo el sol está alimonada.
Ahora bien, estos usos de la amistad o del amor, si bien implican tomar distancia de la práctica normada de la lengua estándar, no son, bajo ningún punto de vista, juzgados por lo que transgreden. El oído los escucha y los reconoce, se ríe, se ruboriza. Siente una cosquilla. Pero, ¿qué es lo que sucede, en cambio, cuando en la mesa familiar a mi hermana y a mí, frente a mi abuela y a mis tíes se nos escapa un nosotres? Rápidamente, la misma tía que me llama Miti desde que nací y a la cual le digo Coca, se convierte en una perfecta letrada y en una gran investigadora de la obra de Saussure. Y desde el primer nosotres en la mesa, reaparece la rigidez y jerarquización del concepto modelo de familia.
Cabe preguntarse, ya sin ánimo de discutir y de arruinar una rica comida, qué pasó. Yo creo que sucede una sola cosa, pero que opera en distintos niveles en simultáneo: un sacudón lingüístico, social, ideológico y, finalmente, ético. Y ahora tengo que explicar esto, así que vamos despacio, porque esto es más para explicarme a mí que otra cosa.
Sacudón, primero, lingüístico, porque los usos periféricos de la lengua son aceptables en tanto sean inofensivos y domesticados –ya lo dije al hablar de los apodos o los chistes–. La primera idea que habría que desmantelar es la noción de una lengua aséptica, natural. Como se ve, es una divertida charla para sostener en familia. Lo único natural del lenguaje humano es, según Chomsky, la capacidad de adquirirlo. Dicho en universitario: la competencia mental que tienen los seres humanos de adquirir una lengua. Eso vendrúa a ser lo único natural: la capacidad de aprender una lengua, no el lenguaje. El lenguaje no es un laboratorio desinfectado poblado de grandes ideas y misterios insondables; no es un producto de la naturaleza; y tampoco es tu amigo. Digamos, por ejemplo, que si el lenguaje fuera una fruta, no sería una orgánica. Sería uno de esos limones con la “M” de Monsanto y gusto ácido como para escupir el piso. El hecho del masculino genérico, tan al frente de nuestro uso que desapareció por milenios a nuestros ojos, es el mejor ejemplo. La O del masculino que, como el célebre Pac-man, se comió a la A.
Sacudón, en segundo lugar, social. Saussure ya lo dijo en el siglo XX cuando hablaba de la famosa arbitrariedad del signo lingüístico. Básicamente, lo que Saussure decía es que en la palabra árbol la relación entre las letritas de la palabra, o el sonido, y el significado de “árbol”, cosa grande con tronco y hojas, es una relación arbitraria. Él dice que es una relación inmotivada, por tanto, convencional. Y esa es la palabra clave: convención. Decir nosotres es romper la convención del imperante masculino genérico que hace milenios subyuga y somete el campo de la representación femenina y no binaria a lo no-dicho. Decir en cambio, buenardo, es un chiste –y uno muy bueno–. Y acá, lo social: hay un gran campo de oportunidades lúdicas que ofrece el lenguaje al ser usado, siempre y cuando no corrompa la moral de turno. Si volvemos al ejemplo de la tía que, de pronto, en un almuerzo de domingo y con dos copas de vino encima se recibió de lingüista, podemos ver que incluso la libertad que ofrece el lenguaje tiene su saturación. En este caso, la violencia medida y ejercida del inclusivo a un orden patriarcal de representación.
Entonces, ¿la letrita E del nosotres puede cambiar al mundo? Si bien es una idea que sigo pensando y repensando, creo que sí. Pero ojo, solo en la medida que exceda las reglas de la gramática, porque no es un problema de las posibilidades de la lengua como sistema. Hablar de nosotres no es una acción azarosa, sino una operación consciente que dice al momento de su pronunciación cosas tales como: “reconozco esta desigualdad”, “reconozco la violencia que oprime y asesina a las mujeres y endurece en exceso a los hombres”, “reconozco la infelicidad que nos rodea y nos invisibiliza”, “reconozco la violencia que nos hace más normales”, etcétera. Y ahora sí es entendible que la tía se enoje. De alguna manera, ella tiene todo que perder si cree que tiene todo ganado.
Sacudón ideológico, porque abrazar el inclusivo es –tal como dice la palabra– incluir. Y el contrario, y perdón la escolaridad, es excluir, discriminar. No quiero decir que el inclusivo es una forma revolucionaria, como el perdido esperanto, que permitiría recuperar la lucha de clases, ni tampoco digo que es el himno de un marxismo renovado. Pero, bueno, un poquitito sí, pero solo en la medida en que da lugar a les otres. La academia los llama “subalternos”. Tal vez tenga algo de razón en eso.
Es muy entendible, por ende, que la tía acomodada y consagrada, incluso por el mismo sistema que la oprime, se sienta violentamente atacada. Lo que cae no es la O del nosotros: lo que cae es una estructura. No una forma de ser, sino todo lo contrario: una forma de ser en, una pérdida de la ideología que le prometió sostenerla en la cúspide del bienestar económico y del capital cultural. Una ideología que la deja oprimir con tal de que sea para volver más fuerte al opresor.
También dije sacudón ético, y este es, creo, el más difícil de reformular, porque un poco se dice en lo anterior. Negarse de lleno y a priori al nosotres es jerarquizar los modos de uso del lenguaje y medirlos con la vara de la corrección lingüística, porque hablar de la corrección lingüística es un ideal utópico: nadie conjuga perfecto, ni nadie escapa a los errores de flexión de género y número, ni nadie usa siempre bien el “de” y el que” en las subordinaciones, etcétera. Hablar de corrección lingüística es una forma más de acatar una orden que de repensarla. La orden dice que hay que hablar de tal manera y listo: “Así se habla. Esto es castellano”. Y lo más curioso es que ni siquiera eso es posible, porque es verdaderamente difícil ser fiel al manual de gramática, y más el domingo en el almuerzo. Es un problema ético en la medida en que designar a las mujeres muertas o a identidades no binaries mediante el inclusivo significa, al mismo tiempo, quitar de la cúspide piramidal a los representados por la normativa. Y los representados dejan de ser el centro del lenguaje y del mundo para ser, simplemente, lo que son: oprimides. A veces menos.
Finalmente, el famoso párrafo allanador a modo de resumen. Al principio dije que el poeta tiene el oído afinado. Bueno, ahora eso me parece una pavada: el poeta está con el oído sin afinación, pero no de desafinado, como diría Joao Gilberto, sino de no-afinado, de dispuesto a escucharlo todo: la suciedad y la pureza, la vida y la muerte. En todo caso, los detractores del inclusivo son los del oído afinado. Como un instrumento obtuso reproducen únicamente una sola afinación que solo escucha parcialmente los excesos que ella misma acepta, por lo que su libertad no es libertad, sino que es una censura invisible que aparece en los bordes que ella misma traza.
Entonces: la lengua no es algo aséptico y heredado mágicamente; la lengua es una convención social; la lengua es una forma de construir estructuras y de esconder; la lengua es una forma que, sin crítica y conciencia, puede transformarse en un instrumento para dejar de hacer el mundo más igual.
Finalmente, y ahora sí, el juicio hacia el nosotres no es un error de la escritura o del habla. Al contrario, el juicio torpe hacia esa licencia no-permitida por la norma es un error de lectura, una restricción de la inteligencia. Porque al decir nosotres se entiende lo que estamos diciendo. Y aquel que no lo entienda, que salga a la calle y lo vea.



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